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Legado Fraternal

[participacion para «entre bardos y goblins»; Autor: Kairon T.]

 

Primero y antes que cualquier otra cosa se encontraba el frío, penetrante, igualador, húmedo y blanco.

De entre la oscuridad de la tierra surgieron tres figuras, tres hermanos que buscaban la paz que los hombres y sus guerras no podían darles. Buscaban la redención.

Enfrentaban el hielo, la nieve y la oscuridad con la paciencia de quien disfruta la soledad y la compañía de su sangre. La caza era poca, pero muchos los momentos de paz.

Y así sucedió que en el segundo año de su exilio le sobrevino al menor, al benjamín, la fiebre de la carne. Sufrió sus embates en silencio en la tercera noche, en las tierras yermas, en las tierras de la noche de seis meses. Así, los sueños se convertían en pesadillas que duraban lo que la eternidad de la noche, manos invisibles lo jalaban hacia lo más profundo del hielo, voces tiernas y perversas le murmuraban al oído deseo y placer más allá de los límites del campamento fraternal; si solo se deshiciera de ellos y las siguiera.

El amor fraterno salvo a Mikhail, pues este era el nombre del más joven, de hacer demasiado caso a las voces y cuando por fin el día llegó, las voces y las manos desaparecieron. El día inacabable le dio la paz y le devolvió a su cara la alegría de siempre, y su voz entono canciones como siempre lo había hecho. Pero ya nada era igual.

Los viejos espíritus que siempre habían rodeado a los hermanos se habían ido. Gora, el mayor, el taciturno y sombrío no podía escucharlos más y cuando volteaba a ver a su pequeño hermano sabía que algo en él las había alejado y por primer vez desde que salieron de su aldea, de los territorios de las tribus al sur, sintió odio hacia él.

Sucedió entonces que los recuerdos lo embargaron con la fuerza del pasado que no pudo ser, para enseñarle como él estaba destinado a ser un hombre santo y a que la gente de la aldea y de otras tribus lo siguieran y escucharan y como todo eso había sido esparcido en el olvido como la nieve a través de la planicie.

Los animales también se habían alejado. Cada día resultaba más difícil cazar para comer y guardar para la larga noche que se avecinaba. Marco, el fuerte y ágil hermano del medio que parecía un oso por su estatura y vello se alejaba más y más al poner las trampas y cada vez menos animales caían en ellas pero el seguía alejándose pues le dolía en el corazón ver a sus hermanos así, apartados, cuando siempre habían sido tan unidos y pasaba el tiempo alejado de ellos con el viento y el sol como únicos compañeros.

Entonces el día llego a su fin y en esa primer noche llegó La Desesperanza. Gora y Mikhail chocaron palabras como si fueran espadas mientras Marco les suplicaba que se calmaran y recordaran que estaban ahí los tres juntos y que así debían continuar, que era la única forma de sobrevivir.

Los hermanos se fueron a dormir y cuando despertaron Goran y Marco se encontraron con que Mikhail ya no estaba entre ellos, que sus pertenencias se encontraban ahí, su flauta y sus dibujos pero el ya no estaba con ellos.

Cuando semanas después lo encontraron a la boca de una cueva muy al norte su cuerpo frío parecía dormir aunque tenía la dureza del hielo. Lo envolvieron en mantas y comenzaron su viaje hacia el sur. Su hermano ya no era una amenaza para nadie muerto y los ritos funerarios debían practicarse para facilitar su llegada a las Grandes Planicies.

Así pasaron semanas caminando en la oscuridad dándose solo el mas mínimo descanso para seguir con su peregrinación hacia la tierra de sus padres pero se había adentrado mucho al norte y las tierras en penumbras cubrían todo sin darles oportunidad de reconocer el camino que llevaban recorrido, pero dirigiéndose siempre hacia el sur.

Entre tanto he aquí que las voces de los espíritus que antes permanecían calladas ahora resonaban en la cabeza de Goran advirtiéndole de no acercarse a la civilización, exigiéndole que dejara a su hermano en medio del frio y que lo enterrara profundamente, mas Goran las mandaba callar con lagrimas en los ojos y con gran pesar en su corazón pues sus últimas palabras habían sido pronunciadas en enojo.

Después de un mes de caminar sin descanso se encontraron sin alimento alguno ni animales a los que cazar. Tan solo su amor los impulsaba. La fogata hecha de los últimos trozos de ramas que les quedaban era vacilante y no les proporcionaba calor alguno y cayeron dormidos con su hermano muerto entre ellos.

Entonces fue que entre sueños Goran comenzó a oír una voz familiar que le decía:

Yo también caí dormido así,- la voz comenzó a decir- una vez, cuando huía de mi destino y del daño que les había hecho a mis hermanos. Esa primer noche las voces volvieron y yo las seguí, las seguí sin dormir y sin pensar, sin volver la vista atrás».

Mis hermanos habían desaparecido de mis pensamientos mientras las voces se hacían una sola que me ordenaba avanzar; una voz de mujer, más dulce que ninguna que antes hubiera oído. Avancé hasta la cueva de donde provenía la voz. Al entrar en ella la voz tomó forma ante mí; forma de mujer.

Se hizo sólida y brillante como el hielo. Sólida, brillante y negra. Esa mujer oscura se acerco a mí, extendió los brazos y me rodeó. Comencé a llorar y sin dejar de hacerlo, le recé; “Tu me hiciste venir aquí en medio del frio y la desolación, yo seguí tu voz como quien sigue al sol y me encontré con tu preciosa oscuridad. Tú me prometiste cálido placer en sueños y ahora me cubres de frías caricias que me hacen temblar. Yo soy joven y tu eres antigua como la noche de la que estas hecha. Yo solo soy el menor de mis hermanos. ¡Diosa!, ¡Madre! ¡Dime tu nombre para poder traerlos conmigo a adorarte! ¡Déjame ser quien te adore y traerlos a ti para que seamos hermanos también en esta comunión!”

Agrado esto a mi señora y me dijo: “Porque has demandado esto y no pediste solo para ti, mis dones serán repartidos entre los que de aquí en delante serán conocidos como Los Tres Hermanos. Yo estaba sola en lo más profundo de la tierra; sin forma, sin conciencia de mi misma hasta que tu corazón y tus pensamientos tocaron mi esencia y le dieron forma. Yo llegué de allende las estrellas, caí antes de que la tierra dejara de humear, cuando todo era solo fuego y ceniza. Yo dormía durante todo este tiempo; fueron tu vida y tus pensamientos los que me alcanzaron, ahora soy Diosa entre tus brazos, pero haré más aún”.

Me abrazó, (nos abrazamos) fuertemente, con su cabeza recostada en mi hombro y la mía en el suyo y nos besamos el cuello profundamente bebiéndonos la vida uno al otro. Ella bebió mi sangre y yo consumí su oscuridad. Cuando terminamos ya no había más Diosa ni Mikhail, solo estaba YO, tirado en el suelo, muriendo, recordando a mis hermanos y sabiendo que me encontrarían.

Pasó poco tiempo hasta que llegaron ustedes, mis hermanos, pero tenía que estar seguro de que merecían la bendición que Mi Señora destinó para nosotros. Pude ver en sus mentes durante todo este tiempo sus íntimos deseos, sus oscuros sueños; sentido su remordimiento y escuchado sus plegarias. Los amo más de lo que antes los amé por ellas pero también descubrí en mí, algo que ni Mi Señora ni yo podíamos saber, la sed por la vida que corre por sus venas, el hipnótico ritmo de la sangre al bombearse.

«Despierta Goran y mira a tu hermano que te habla.”

Entonces fue que Goran, el sombrío hermano mayor, abrió los ojos y vio a su hermano vivo y sonriente, pero el color de sus ojos había cambiado: ahora era de un negro imposiblemente intenso, casi brillante, que contrataba con el color claro des cuando cazaba junto con ellos, sentado de espaldas a la fogata que se hallaba extinta ya.

Con gran calma los dos hermanos se incorporaron hasta quedar frente a frente, en medio del clamor de los espíritus que le avisaban al hermano mayor que huyera, que lo que su había sido su hermano ya no era, su lugar lo ocupaba otro ser. Goran los ignoro y abrazó a Mikhail, su hermano sabiendo que nadie se le podría resistir a esa voz, o a esos ojos y menos aun él que lo amaba. Mikhail tomó el brazo de su hermano y le ofreció el suyo propio con la palma hacia arriba.

Donde antes éramos dos, ahora será uno solo” dijo Mikhail al tiempo de morder la muñeca de su hermano y poner la suya propia en la boca de Goran. La sangre comenzó a abandonar el cuerpo de Goran en grandes oleadas pero en su boca sentía un poder oscuro y dulce que succionaba con fruición, con desenfreno y mientras tanto imágenes de su vida iban pasando; supo que nunca mas oiría a los espíritus pues La Diosa que ahora lo habitaba era mucho más poderosa y antigua que ningún otro espiritú. Sintió como la sangre misma tenia secretos y poderes mas allá de los que había soñado en tener como hombre santo y gimió de placer al saborear al poder y la sangre de su hermano.

Así fue como Marco despertó para encontrar la imagen de sus hermanos lado a lado con la muñeca derecha de uno en la boca del otro, la impresión de ver a su difunto hermano lo hizo gritar con todas sus fuerzas y tratar de quitar de encima a Mikhail de Goran.

Mikhail sujeto la mano de Marco, grande como garra de oso y que en otro tiempo lo hubiera destrozado, con la misma facilidad que a la de un bebé: guiándola hacia la boca de Goran, mientras Goran empujaba su muñeca sangrante entre sus labios.

Un velo rojo cubrió los ojos de Marco: sintió la furia de haber sido obligado a beber la sangre de su hermano y el dolor de la mordida en la muñeca. Trató de zafarse ignorando el dulce poder que comenzaba a llenarlo, sus sentidos registraban todo y a lo lejos oyó los pasos de lobos que acechaban a un alce pastando, sabía que era una hembra por el olor que le llegaba con el viento.

Así continuo la cadena entre los hermanos hasta que los primeros rayos del sol comenzaron a sentirse en la planicie. La temporada de oscuridad estaba por terminar.

El sol los hirió en lo más profundo haciéndolos huir instintivamente de él; La Diosa había sido oscuridad pura, por siempre en lo más profundo de la tierra sin nunca ver el sol. Se enterraron en lo más profundo del permafrost, cavando un solo agujero donde permanecieron abrazados. Seis meses después salían de entre la nieve juntos, llamados por la noche, hambrientos y decididos; caminando hacia el sur sin decir ni tan siquiera una palabra entre ellos hasta que una luz a lo lejos y el olor a sal y aceite en el ambiente, probablemente un campamento ballenero, llamo la atención de Marco.

Los Hermanos avanzaron hacia el campamento siendo cada uno un depredador diferente: Marco feroz y fuerte, Mikhail seductor y bello, y Goran sabio y poderoso.

Ellos siempre habían buscado la paz y la redención pero ahora los colmillos y las gargantas reclamaban sangre para saciarse. La paz tendría que esperar. El tiempo de los cazadores de sangre, de los demonios de la noche estaba a la mano.

Los Hermanos cazaban juntos de nuevo.


El dueño del Tomo Negro

[participacion para «entre bardos y goblins»; Autor: Lord Strhad ]

El automóvil se detuvo y el detective Malone descendió de él. En el sitio se encontraba la parafernalia habitual: varias patrullas con las torretas encendidas, oficiales uniformados manteniendo alejados a los curiosos, forenses tomando muestras, algunos testigos rindiendo su declaración, un par de bomberos explicando lo que encontraron al llegar, y una ambulancia a la espera de retirar el cuerpo. Mentalmente repasó la información que recibió por la radio del despachador. Algunos transeúntes habían reportado un grito aterrador, y posteriormente se observó humo saliendo de una decrépita tienda de libros. Los primeros oficiales en la escena y el equipo de bomberos que acudieron a controlar el fuego, descubrieron con horror un cuerpo semicalcinado, y un sospechoso oculto entre los estantes. Malone supuso que se encontraba ante un robo que había salido mal; pero cuando entró y observó al hombre que custodiaban los oficiales, sintió un escalofrío que no pudo explicar.

-Yo te conozco.- le dijo el detective sin mayores rodeos.

El sujeto levantó la vista con aire de resignación, y sonrió sin humor.

-Claro que si. Me interrogó hace un par de meses.-

Malone lo observó detenidamente, y finalmente reconoció el rostro debajo de aquel hollín. “¡Dios, como ha envejecido!” pensó.

* * * *

Dos meses atrás.

Samuel Crawford depositó sus valijas frente a la puerta de la casa y pagó la tarifa acordada al taxista. Cuando esté se marchó, Samuel se dio un tiempo para estudiar la lujosa casa de dos plantas. Definitivamente a su hermano Arthur le iba bastante bien. Sonrió al pensar en él; no se veían desde hace tres años, desde cuando él se marchó para estudiar en la universidad. Se mantenían en contacto, pero el trabajo de Arthur y los deberes de Samuel los habían mantenido separados, hasta que finalmente llegaron las vacaciones y su hermano pudo hacer un espacio en su agenda.

Arthur le había advertido que quizá llegaría tarde debido a ciertos compromisos, así que Samuel no se molestó en llamar a la puerta. Siguiendo las instrucciones de su hermano, encontró una llave oculta y luego de teclear un código para desactivar la alarma, entró.

El interior de la mansión era lo que se podía esperar de la residencia de un hombre soltero y con mucho dinero. Muebles elegantes y sobrios, alfombras y cortinas costosas, diversas obras de arte en los lugares donde se podía esperar; y sin embargo se podía sentir que algo faltaba. “Carece de calor de hogar” pensó con cierta tristeza. De pronto escuchó la puerta principal y los pasos de alguien.

-¡Arthur, que gusto ver…!-

Samuel no terminó su frase y la sonrisa de su rostro se borró por completo. No se trataba de su hermano, sino de un anciano de aspecto lastimero y miserable. Delgado más allá de lo que parecía saludable, con una piel apergaminada y cubierta de manchas hepáticas, algunos mechones de cabello que se rehusaban a caer de su cráneo, desdentado, encorvado y con la mirada vidriosa. Usaba una ropa costosa, pero que obviamente había sido diseñada para alguien de mayor estatura y peso. En cuanto lo divisó, el viejo avanzó hacia él con una expresión, mezcla de dolor y esperanza, pero para el joven, había algo siniestro detrás de aquella mueca.

 –¡Samuel!

-Disculpe, ¿lo conozco?

-¡Soy yo, Arthur!- le dijo entre sollozos.- Soy tu hermano, ¡y me estoy muriendo!

* * * *

 Tres días antes.

Arthur colgó su teléfono celular y sonrió complacido. Esa mañana había cerrado un trato millonario y su hermano acababa de confirmar su visita el siguiente sábado; la vida no podía ser mejor. Unos instantes después, mientras caminaba a lo largo de las concurridas calles neoyorkinas, no pudo evitar pensar en lo mucho que había cambiado su vida en aquellos diez años. Después de la muerte de sus padres, debió abandonar la escuela de leyes para sostener a su hermano menor. Y sin embargo, aquel evento desafortunado se convirtió en el inicio de su buena fortuna. El hombre para el que trabajaba como archivista era un amante del arte, afición que los dos compartían. Gracias a ese hombre, Arthur aprendió las técnicas del negocio del comercio de arte, y en menos de dos años se había convertido en un exitoso mercader. Logró juntar suficiente dinero para enviar a su hermano a estudiar medicina, y comprar para sí mismo una lujosa casa cerca de Central Park. Ahora, no había ninguna celebridad en Nueva York que no acudiera a él para incrementar sus colecciones.

Dejó atrás sus recuerdos. Había llegado a su destino, una vetusta librería en el barrio de Queens. Se trataba de un pequeño local hecho de ladrillo, de una sola planta. Era una estructura vieja, quizá del siglo diecinueve o principios del veinte. Arthur pensó que de no ser por su contacto que le recomendó visitar ese lugar, jamás habría puesto un pie ahí. El interior era sombrío, apenas iluminado por una vieja bombilla eléctrica que parpadeaba ocasionalmente. Un total de doce estanterías de madera apolillada mostraban decenas de volúmenes de diversas épocas. Arthur comenzó a examinarlos uno por uno, al principio sin muchas esperanzas, pero después de unos minutos ya había localizado tres ejemplares que complacerían a sus clientes. Sin embargo, su emoción y asombro crecieron de sobremanera cuando descubrió, en el extremo más oculto de la tienda, un viejo tomo encuadernado en piel negra. El comerciante lo inspeccionó y cuidadosamente recorrió sus páginas. Recordaba haber escuchado rumores sobre su existencia, pero jamás creyó tener un ejemplar entre sus manos. Si sus sospechas eran correctas, se trataba de una copia del nefasto Tomo Negro de Alsophocus, un infame libro de magia nigromántica escrito en el siglo XVI, y que encabezó la lista de libros prohibidos por el Vaticano durante siglos, hasta que presuntamente el último ejemplar fuera quemado en 1820. Arthur colocó los cuatro ejemplares sobre el mostrador e inquirió el precio. El dueño de la librería, un anciano de aspecto desagradable, separó los tres primeros y mencionó lo que pedía por ellos, una cantidad muy razonable, considerando que Arthur fácilmente podría pedir seis o siete veces esa cantidad por cada uno. Pero para su sorpresa, se negó rotundamente a vender el Tomo Negro y lo devolvió a su sitio. Arthur en vano insistió en su deseo de adquirir el ejemplar, el viejo rechazó todas sus ofertas afirmando que jamás se separaría de él.

Molesto y algo decepcionado, el comerciante se dispuso a abandonar el local, cuando se percató de que el librero se encontraba distraído. Siguiendo un impulso, se apoderó del ejemplar y lo ocultó bajo su brazo. Arthur avanzó nervioso durante algunas cuadras, esperando escuchar en cualquier momento los gritos del viejo pidiendo ayuda y acusándolo de robo, pero eso no sucedió. Arthur tomó el primer taxi que encontró y se dirigió directamente a casa.

Excitado, hojeó los tres primeros libros. No le quedaba duda de su autenticidad, aunque de cualquier modo debería llevarlos con un experto para asegurarse de que no se trataban de unas elaboradas falsificaciones. Y entonces llegó el momento de examinar el tomo encuadernado en piel negra. Con cierta reverencia, Arthur pasó sus dedos por la cubierta, que mostraba como única marca un diamante de color sangre al centro de la misma. Se rumoraba que el ejemplar original había sido escrito por un infame nigromante, y que lo encuadernó en piel humana. Además se decía que el alma del autor había quedado atrapada dentro de sus páginas. El joven se tomó un instante, deleitándose al pensar en las elevadas cifras que pagarían algunas celebridades por ese ejemplar. Comenzó a pasar las hojas y estudió su contenido. Se trataba de una mezcla de frases en latín, alemán antiguo, y un lenguaje que no reconoció. Pero no le importaba. Trataba de llenar los espacios que no comprendía con sus propios conocimientos. Al principio se sintió ofendido por lo que leyó: juramentos hacia entidades de otros mundos, sangrientos rituales para comunicarse con seres de otros planos de existencia, pactos con demonios y maldiciones. Pero a pesar de su rechazo inicial, no dejó de leer. Pasaba una página tras otra, cada vez más y más intrigado. Y cuando finalmente cerró el libro, se sorprendió al darse cuenta que ya había amanecido.

En su fuero interno decidió que no vendería el libro. Autentico o no, lo conservaría para sí mismo, lo estudiaría y trataría de resolver sus misterios. Quizá incluso experimentaría con alguna de las formulas para ver si realmente funcionaban.

Sin siquiera mudarse de ropa, acudió puntual a su cita con el profesor Pickman, curador de la Biblioteca Metropolitana, y experto en libros antiguos. Si ese hombre declaraba que los tres volúmenes eran legítimos, ganaría una pequeña fortuna con ellos. Regresó a su hogar alrededor del medio día, y a pesar de sentirse agotado y hambriento, no resistió sentarse nuevamente y echar un nuevo vistazo al libro. Se sorprendió al descubrir que algunos de los pasajes que el día anterior le habían parecido oscuros e indescifrables, ahora los podía leer con mayor facilidad. El lenguaje desconocido, aunque no lograba recordar su origen, le parecía más familiar. Arthur se convenció de que si lograba dedicar más tiempo a la lectura, lograría traducirlo por completo y este pensamiento lo estimuló.

Nuevamente, al llegar a la última página del tomo, sus ojos se percataron de un leve rayo de luz que se filtraba por la ventana del estudio. No se trataba del ocaso, sino de un amanecer; se había vuelto a quedar despierto toda la noche, inmerso en la lectura. Se puso de pie con dificultad y tuvo que apoyarse contra la pared. Se sentía extrañamente agotado, y cada movimiento le suponía un gran esfuerzo. “Debo descansar y darme una ducha” pensó.

Como pudo llegó hasta su habitación y comenzó a desvestirse. De pronto su vista se fijó en la mano que torpemente intentaba desabotonar su camisa. Era huesuda, con principios de artritis reumatoide en sus articulaciones, y cubierta de manchas hepáticas. Asustado, corrió al baño y se miró al espejo. La imagen que se reflejaba en el cristal, no era la de Arthur Crawford, sino la de un hombre de setenta u ochenta años, con el cabello completamente cano y el rostro cubierto de arrugas.

-¿Qué demonios está sucediendo?- gritó.

De pronto, el timbre del teléfono comenzó a repiquetear. Aún en su estado de confusión, el comerciante atinó a responder. Escuchó la animosa voz de su hermano al otro extremo, informándole la hora de su llegada.

Es perfecto, Sam.- le dijo intentando escucharse tranquilo y optimista.- Oye, escucha, debo atender un asunto personal, así que quizá llegues primero. Tengo una llave oculta en una maceta y la clave de la alarma es 20081890. Yo llegaré después, ¿de acuerdo?

Se despidió de su hermano y colgó. A continuación, recogió el libro y salió rumbo a la librería.

Durante el trayecto, Arthur sólo podía pensar que su condición se debía al hecho de haber robado el libro a su legítimo dueño. Confiaba en que el dueño aceptaría el tomo de vuelta y le ayudaría a restaurar su aspecto. Después de todo, ningún daño estaba hecho. Pero al momento de entrar, supo que algo no estaba bien. Detrás del mostrador no se encontraba el viejo librero, sino un desconocido de edad madura que distraídamente desempolvaba algunos tomos.

¿Puedo ayudarle en algo?- inquirió en cuanto se percató de su presencia.

Por alguna razón, Arthur sintió un escalofrío al escuchar esa voz; a pesar de su tono educado, podía percibir cierto tono de crueldad en su manera de hablar.

-Busco al dueño.- respondió.
-Oh, lo siento muchísimo. Se trataba de mi abuelo, y por desgracia falleció hace tres días.

Arthur cerró los ojos y se sintió hundirse en la desesperación.

 –Por favor, ¡ayúdeme!

-Quizá si me explica lo que desea, podría hacerlo.-

El mercader contó todo al librero sin omitir ningún detalle. Lloró un poco al terminar y colocó el libro sobre el mostrador. Pero lo que sucedió a continuación, fue como un balde de agua fría cayéndole en la cara. El extraño se apoderó del volumen y comenzó a reír como un maniaco.

 -¡Estúpido! ¿Creías poder venir y robarme sin consecuencias?-

Arthur lo miró por unos momentos antes de comprender.

 –¿Usted?

-Te advertí que jamás me separaría de él.

Pero no hay ningún daño. Tiene el libro de regreso. ¡Por favor!…-

-¡Idiota! Has jugado con poderes más allá de tu comprensión y ahora tendrás que pagar las consecuencias. Tu crimen será mi recompensa. ¡Ai Ai Cthulhu, Ai Ai Nyarlathotep!

* * * * *

Samuel observaba con ansiedad la entrada de la vetusta librería desde la acera de enfrente. A pesar de todo lo ocurrido y lo que había averiguado, aún no encontraba el valor para ingresar. Todo aquello le parecía irreal, producto de un mal sueño.

Evocó la imagen de aquel extraño viejo en el recibidor de la casa de su hermano, hablándole con tanta familiaridad, afirmándole que se trataba de Arthur, narrándole aquella historia increíble sobre un libro maldito y su siniestro dueño. Samuel trataba de encontrar alguna lógica en lo que sucedió a continuación; el anciano se desplomó en el suelo y comenzó a jadear incontrolablemente. A pesar de ser tan sólo un estudiante, Sam supo reconocer en este hecho que el desconocido se encontraba agonizante. Ante sus ojos incrédulos el cuerpo se consumía, envejeciendo a una velocidad imposible. Por un instante, Samuel no supo cómo reaccionar; nada en su vida, ni como estudiante de medicina, lo había preparado para algo así. Por fin, tomó el teléfono y llamó al 911.

Los paramédicos llegaron en pocos minutos, pero no había nada que hacer. El cuerpo del extraño se convirtió en un montón de restos momificados. Le siguieron días de angustia y acoso. Un grupo de detectives, encabezados por un tal Malone, lo interrogaron incesantemente, tratando de descifrar lo ocurrido. Por supuesto, la historia que Samuel les contó, era imposible de creer y la policía sospechaba de algún juego sucio. Pero no había forma de confirmar que él estuviera involucrado en alguna actividad ilícita, los decanos de la universidad confirmaron su declaración y no se pudo asociar al anciano con ningún crimen. Sus dedos estaban tan deteriorados que fue imposible obtener una impresión de huellas legibles, su ADN no aparecía en CODIS, y la pérdida de su dentadura hacía imposible una comparación con algún registro. Finalmente Samuel fue puesto en libertad por no existir pruebas de un delito que perseguir.

Arthur seguía sin aparecer y su hermano decidió no regresar a la universidad hasta averiguar toda la verdad. A pesar de que su mente racional le decía que era una fantasía absurda, decidió verificar la historia que el anciano le narrara antes de morir.

Ahora, a tan sólo unos metros de distancia, Samuel dudaba si debía continuar o no. A pesar de que muchas de sus investigaciones corroboraban fragmentos del relato del viejo, una parte de él se negaba a aceptar los hechos como reales. Aspiró profundamente y se decidió. Si había ido tan lejos, debía llegar hasta el final de aquello, aunque significara renunciar a todo lo que consideraba real y cierto. A modo de darse valor, acarició un encendedor que llevaba dentro del bolsillo de su abrigo y atravesó la calle.

* * * * *

Malone terminó de escuchar el relato de Samuel Crawford y meneó la cabeza. Les indicó a los oficiales que lo retiraran y lo condujeran a la comisaria. Otro de los detectives se le aproximó a Malone.

 –¿Qué opinas?

Si cree que esa historia le funcionara en un alegato de locura, se va a llevar un chasco. Opino que intentó robar algunos libros para su hermano y el dueño lo descubrió. Crawford simplemente lo mató.

Pues no creo que fuera tan simple.

¿De qué estás hablando?

Los forenses no encuentran ningún arma. De hecho, opinan que el hombre se incendió desde adentro.

Malone encaró a su compañero con una expresión escéptica.

 –¿De qué demonios estás hablando? Eso es imposible.

Entonces explica cómo un cuerpo se consume casi por completo, pero nada más sufrió daño a su alrededor.

Quizá lo obligó a tragar gasolina.

El otro detective le sonrió de manera socarrona.

-Bueno, supongo que lo sabremos durante la autopsia.-

Su compañero se retiró y dejó a Malone con sus pensamientos. El detective volvió a examinar la escena del crimen. En realidad, sólo encontró algunas manchas oscuras donde se encontró el cadáver, lo cual no parecía posible. Entonces se le ocurrió que tal vez, por muy desagradable que pudiera parecer, Samuel había movido el cadáver. Comenzó a registrar el lugar cuidadosamente y se emocionó cuando descubrió los restos de otro incendio. Pero su alegría desapareció pronto. Se trataba de los restos carbonizados de un viejo libro encuadernado en piel. En la portada, todavía se apreciaba la imagen de un diamante de color rojizo.

Malone levantó los residuos y casi de inmediato los dejó caer, abandonando el lugar lo más rápido que pudo. Debajo del tomo carbonizado descubrió lo que en principio creyó un dibujo, aunque al examinarlo se percató que ningún pigmento había sido utilizado en las lozas del piso. Ningún artista habría sido capaz de trazar aquello: la imagen de un rostro, sufriendo de los tormentos del infierno.

FIN


Memorias de Willson M. Folks. Una pesadilla, un comienzo.

[participacion para «entre bardos y goblins»; Autor: Crazath Ashmir]

Siempre fui una persona francamente escéptica y atea, nunca creí en los fantasmas, en el destino, la magia o dios. Eso simplemente no era lo que me importaba. Todas las mañanas me desperté a vivir mi vida como cualquier mortal sin imaginar siquiera que el abismo asechaba en cualquier rincón oscuro al atardecer.

Aquella noche de cielo estrellado llegué a mi solitaria casa como lo haría al terminar cualquier otro día de trabajo; tomé la cena como de costumbre, leí el diario un momento y dejé mi traje listo par el día siguiente. ¿Qué estúpido, no creen?, la mayoría de nosotros vivimos nuestras vidas pensando que nada va a pasar, pensamos que si nos acostamos a dormir plácidamente hoy, vamos a despertar mañana indistintamente bien para seguir con nuestra trivial vida, en fin…

Ajusté mi despertador a las 5:30 para la mañana siguiente y me acosté a dormir. No me pareció raro el hecho de no conciliar el sueño rápidamente, el estrés del trabajo ya había hecho estragos en mí anteriormente; pasaron 30 minutos para que pudiera dormir.

Hoy desearía no haber dormido esa noche.

Sentí mi mente despertar irónicamente en un sueño, los obstáculos materiales ya no significaban nada para mi. Me vi a mi mismo liberado en el espacio y tiempo, el conocimiento se reveló ante mí por un breve lapso y la vida y la muerte fueron lo más ambiguo del mundo.

Me situé en una escena de guerra, me vi parado a la mitad lo que parecía ser un recientemente fabricado campo de muerte. Cadáveres de un sinfín de criaturas yacían liquidados en los suelos y los gritos de victoria resonaban a mis espaldas.

Al mirar hacia atrás distinguí a un grupo pequeño de seres con apariencia humanoide que se amontonaban alrededor de otra criatura similar. Estaba demasiado lejos para ver bien así que me acerqué un poco. Eran soldados, vestidos con armaduras antiguas, armados con espadas, hachas y lanzas; en su mayoría lucían como hombres normales, exceptuando por los cuernos retorcidos que salían de sus frentes.

Ellos festejaban la victoria de aquella carnicería que, seguramente ellos habían orquestado. Vitoreaban a su líder, una criatura muy parecida a ellos pero aún más grande, aunque no descomunal, estaba vestido con una armadura al parecer muy pesada y portaba en su mano izquierda una enorme lanza en la cual llevaba empalada en su punta la cabeza de un hombre, al parecer un humano. La victoria era total, no quedaba rastro del enemigo. La felicidad de los victoriosos reinaba en aquella escena, hasta que comenzó.

De pronto el rostro del general se vio envuelto en una sombra en la que nunca había visto a nadie atormentado, un sentimiento de frenesí que desencadeno en él un miedo mas bien encaminado al terror.

Sus ojos paralizados no podían enfocar nada a su alrededor, algo… solo algo en el ambiente, un recuerdo, una sombra, una paradoja intangible entre lo real y lo ficticio, esa sombra se apodero de él con una fuerza sobrenatural, nada fue normal en aquel presentimiento, nada fue normal en sus acciones, nada podía ya salvarlo siquiera de si mismo.

La presencia de aquel ser, ese que ha de venir aunque ya no exista, aquel del que las leyendas cuentan que nunca ha muerto, aquel ser, si todavía se le puede considerar un ser real y no una espantosa aparición surgida de la imaginación de un loco, ese ser quiso revelarle que estaba allí, que no había algo que pudiera hacer para evitar lo que seguía, aquel ser sádico y lleno de rabia, aquella aberración, quiso que el general sufriera antes que el resto. El aterrado hombre giró la cabeza hacia atrás muy lentamente siguiendo con los ojos aquel punto en el aire que tenia tan maniacamente enfocado, un punto imposible que por alguna macabra razón nadie más pudo enfocar.

Justo en ese maldito lugar, algo como un ojo se abrió en el aire, algo que mas bien aludía a un enorme e inimaginablemente profundo vacío, era un ojo grande que resplandecía con un aura de luz de un color incomprensible, mas parecido al verde que a otra cosa. Antes de volverme loco pude ver en esa maldita silueta dibujada en el aire, las formas mas grotescas y ordenadas del cosmos, el caos era el centro y función de ese abismo plagado de proporción divina, aquella monstruosidad pudo haber contenido todo el universo y aún le sobraría espacio.

Fue entonces cuando la perversa entidad comenzó a cobrar forma.

Apéndices como sombras se desprendían del contorno azabache de aquella maligna figura, esas sombras con apariencia física que se contorsionaban como serpientes hambrientas y furiosas, bajaron al piso devorando el aire y la tierra a su alrededor, embebiéndose como sanguijuelas en los cadáveres en el piso, drenando cualquier sustancia material o espiritual a su paso, formando con ellas la silueta de algo que podía imaginarse humano.

En ese momento el general salió de aquel atormentador trance como si algo lo liberara misteriosamente, y sin perder ni un segundo atacó aquella silueta con tal furia que pudiese haber destruido una montaña entera, desató el poder de los infiernos sobre aquel punto maldito en el espacio y con todas las fuerzas que tenía carbonizó todo a su alrededor poniendo su alma entera en aquel devastador y frustrantemente inservible ataque…

Él mismo sabía que nada de lo que hiciera podía detener lo que tenía enfrente, pero algo en su atormentada alma lo obligaba a hacerlo… Sin decir una palabra paró el ataque, más por el agotamiento de energía que por el deseo de hacerlo, echando una mirada en aquel punto con toda la esperanza que el entendimiento pudo permitirle. Aquel demoledor golpe borró de la existencia a los cinco hombres que tenía enfrente dejando de ellos solo cenizas y fuego, pero pareció no importarle, no le interesó en lo absoluto que entre aquellas infortunadas almas estuviera su mejor hombre, no le importó tampoco que estuviera allí tambien su propio hijo, nada lo conmovió, ni los alaridos de los que perdieron algún miembro a causa de aquel rayo de furia lunática, ni los irascibles y aterradores reclamos acerca de su cordura por parte de los hombres aún con vida. Solo la esperanza de haber destruido con su catastrófica embestida aquella sombra maldita lo mantenía en pie. Pero la realidad, insensible y despiadada como es por naturaleza, le mostró lo que incluso desde antes de atacar ya sabía muy dentro de su ser.

La silueta seguía en pie, con ese descarado e inhumano ademán en la mirada de aquel espantoso ojo. Las sombras dañadas, más por inercia que por algo real y surgido de cualquier causa, se remolineaban con cínicas y grotescas danzas, alardeando su perpetua existencia. Si aquella monstruosa aparición hubiese sido real seguiría las leyes de la realidad que dictaban que muriera, que pereciera en el fuego como toda la materia real. Pero Él no sigue las leyes naturales, ni siquiera la realidad es suficiente para detenerlo. La sombra se regeneró como si nada hubiese pasado y continuó con lo que hacia ignorando la conmoción y el miedo que sobrevino sobre todos los presentes.

Continuaba devorando todo a su paso, continuaba alimentándose de materia para formar lo que sea que quisiera formar. Crecía y se fortalecía en apariencia, constituyendo algo que sin dudarlo tenía fines de apariencia humana, aunque sin posibilidad real de llegar a ser un humano nunca. Porque un humano nunca llegaría a ser aquella monstruosidad, ni en el mas retorcido y trastornado mundo sacado de la imaginación. De pronto, aquellas serpientes negras, viendo que se agotaba su alimento, se lanzaron como látigos buscando la mínima señal de materia viva. Arrastraron cada una a un hombre herido o sano, y sin que nadie pudiera reaccionar ante tal horror se incrustaron nuevamente en la carne, drenando sin piedad los fluidos de los infortunados hombres que ahora no eran más que el alimento de un monstruo. Los drenó hasta que no quedó rastro de ellos y solo cuando se sació, logré distinguir una figura conocida proveniente de aquella masa de cadáveres disueltos y por increíble que parezca, ya putrefactos.

Un hombre, más bien, un muchacho, no muy alto, delgado pero fuerte, con una vestimenta negra como las serpientes, que no daba la menor señal de estar hecha de ninguna tela. Joven en apariencia pero con unos ademanes que solo un anciano pudo haber tenido, su cabello como flamas negras en una hoguera se remolineaban con el viento, su piel llena de cicatrices anchas y grotescas se movían como un nido de gusanos, sus manos finas, con garras semejantes al metal de una filosa espada, y su rostro, un lienzo que plasmaba la composición perfecta del caos, belleza y desproporción fundidas en una.

Un segundo ojo se revelaba aún mas pequeño que el otro, mucho mas humano, negro como el abismo del mas profundo infierno pero insignificante ante el ojo izquierdo, que sin inmutarse seguía colocado en el mismo sitio en el que se abrió, esperando a que su regenerado y obsceno cuerpo terminara de configurarse en la mas espantosa visión que jamás un hombre pudiera imaginar. Cuando hubo terminado, movió la cabeza hacia atrás sonriendo con una mueca sádica hacia los atónitos y desafortunados espectadores, revelando una fila de dientes picudos como caninos, blancos como la luna y amorfamente perfectos.

-Shr.. shra..-

Eso fue todo lo qué logré entender de las palabras que salieron de la boca del general antes de que perdiera el habla en una explosión de músculos en su garganta, solo aquella combinación maldita de letras y sonidos que tuvo el valor de intentar usar para referirse a eso que se alzaba altivo e imponente sobre nosotros pudo haber tenido semejantes efectos al pronunciarse. La sangre emanaba como lagrimas de los bordes de su boca y sus facciones se retorcían en un torbellino de locura.

Entonces, aquella criatura infernal, sin perder un segundo mas, pero disfrutando sádicamente cada instante de nuestra agonía lanzo se como un tigre sobre nosotros, y al igual que el relámpago que atraviesa los cielos, destrozó los cuerpos de 17 hombres sin que pudiera pasar siquiera un solo latido de mi corazón, los partió en mil pedazos cercenándolos en ángulos inimaginables que solo aquellas extremidades como flamas brunas pudieron haber realizado con aquella espeluznante precisión.

Para mi pobre vista física solo pasó de frente, dejando una estela de muerte y caos a su paso, cuerpos mutilados en pedazos que permanecían vivos a pesar de estar desmembrados. Justo después de aquella matanza sin sentido se abalanzo como una araña hacia el general, tomando con sus putrefactas manos la cara de éste y entrelazándose en él como una loca amante, concentrando su maniaca mirada en la suya haciendo un gesto perturbador al enfocar mas y mas su ojo con los de él, murmurando para sus adentros la sinfonía de la demencia, hasta que inexplicablemente desapareció.

El general, petrificado, parecía seguir observando aquel ojo a pesar de que ya no estaba en donde miraba; solo pasaron tres segundos, pero para todos los presentes hubiese sido lo mismo que pasaran tres mil años, cuando aquella inquietante espera finalizo, algo que llenó aún mas de terror las almas de los espectadores aconteció. Una explosión, no por el resultado de energía liberada, sino por la desesperación de incontables vidas frustradas en el interior del cuerpo del general.

Los ojos de aquel pobre hombre salieron de sus orbitas, explotando en fragmentos insanos que seguían estallando conforme se dividían, sus dedos siguieron el mismo destino, al igual que sus piernas y uno de sus brazos. Entonces, una mano salió desde dentro de su cráneo quebrando el hueso sin ninguna dificultad, excavando entre las entrañas como un topo lo hace a través de la tierra. Seguida de ésta, otra mano salió por fin, ambas se aferraron al cráneo abriéndolo en dos partes, destrozándolo para dejar salir todo un cuerpo desde las profundidades del general.

Salió con un rugido como el trueno, un grito de furia, terror y frustración nunca antes pronunciado ni escuchado por nada conocido, dejando totalmente locos a los espectadores de aquella exégesis pura del horror. Se contorsiono con ira, gritando y maldiciendo, matando con la voluntad, con el simple hecho de desearlo, mató todo y a todos con un grito, con el eco de la muerte, con una voz gruesa y poderosa. No conservaba siquiera el placer sádico de hace unos instantes, era como si tratara de liberarse de una desgracia tan grande que ya no podía contenerla en si mismo. Hasta que de repente, desapareció. Sucumbió como el fuego que se extingue en una antorcha al entrar en el agua, solo se fue, nada quedo de el, solo el eco de su voz como el trueno, solo el recuerdo en mi trastornada mente, solo muerte caos y destrucción…

¿Que cómo se esto? La verdad no lo se…

Solo se que fue real porque nadie, ni siquiera el mas atrofiado y demente cerebro pudo haber concebido semejante visión.

Se que volverá a ocurrir.

Se que no seré el único loco que caerá en la peor enfermedad mental argumentando que soñó con el caos.

Se repetirá, se que se repetirá.

Y lo se, porque por otra sobrenatural razón que también desconozco, alguna fuerza en el cosmos está interfiriendo para que pueda dejar plasmado en este diario todo lo que vi en aquel sueño de terror, esa fuerza me ha devuelto momentáneamente la cordura y tambien ha hecho que las cosas confabulen para dejarme solo en esta habitación mientras escribo. Se que cuando deje de escribir regresare a ser ese chiflado que se retuerce con alaridos de terror cuando la noche se avecina. Se que cuando me detenga perderé en un abismo mi mente y mi alma. Pero debo parar, esa fuerza que me dejo recuperar la cordura para escribir esto tambien comienza a exigirme que pare y que continúe loco. 

No se con que motivo quiere que deje plasmado en papel y tinta esa anécdota de terror. Tal vez para advertir a otros sobre aquel horror. Tal vez solo para dejar algún vestigio de ese macabro acontecimiento. O simplemente para divertirse con mi sufrimiento.

Lo único que se a ciencia cierta es que ya no existiré más y que me perderé en el abismo para siempre, espero de corazón que ese ser de pesadilla nunca llegue a su mundo, porque de lo contrario nada ni nadie los podrá salvar…

Wilson M. Folks

Exeter, Inglaterra, 8 de Noviembre de 1973