Archivo diario: 18 junio, 2012

Memorias de Willson M. Folks. Una pesadilla, un comienzo.

[participacion para «entre bardos y goblins»; Autor: Crazath Ashmir]

Siempre fui una persona francamente escéptica y atea, nunca creí en los fantasmas, en el destino, la magia o dios. Eso simplemente no era lo que me importaba. Todas las mañanas me desperté a vivir mi vida como cualquier mortal sin imaginar siquiera que el abismo asechaba en cualquier rincón oscuro al atardecer.

Aquella noche de cielo estrellado llegué a mi solitaria casa como lo haría al terminar cualquier otro día de trabajo; tomé la cena como de costumbre, leí el diario un momento y dejé mi traje listo par el día siguiente. ¿Qué estúpido, no creen?, la mayoría de nosotros vivimos nuestras vidas pensando que nada va a pasar, pensamos que si nos acostamos a dormir plácidamente hoy, vamos a despertar mañana indistintamente bien para seguir con nuestra trivial vida, en fin…

Ajusté mi despertador a las 5:30 para la mañana siguiente y me acosté a dormir. No me pareció raro el hecho de no conciliar el sueño rápidamente, el estrés del trabajo ya había hecho estragos en mí anteriormente; pasaron 30 minutos para que pudiera dormir.

Hoy desearía no haber dormido esa noche.

Sentí mi mente despertar irónicamente en un sueño, los obstáculos materiales ya no significaban nada para mi. Me vi a mi mismo liberado en el espacio y tiempo, el conocimiento se reveló ante mí por un breve lapso y la vida y la muerte fueron lo más ambiguo del mundo.

Me situé en una escena de guerra, me vi parado a la mitad lo que parecía ser un recientemente fabricado campo de muerte. Cadáveres de un sinfín de criaturas yacían liquidados en los suelos y los gritos de victoria resonaban a mis espaldas.

Al mirar hacia atrás distinguí a un grupo pequeño de seres con apariencia humanoide que se amontonaban alrededor de otra criatura similar. Estaba demasiado lejos para ver bien así que me acerqué un poco. Eran soldados, vestidos con armaduras antiguas, armados con espadas, hachas y lanzas; en su mayoría lucían como hombres normales, exceptuando por los cuernos retorcidos que salían de sus frentes.

Ellos festejaban la victoria de aquella carnicería que, seguramente ellos habían orquestado. Vitoreaban a su líder, una criatura muy parecida a ellos pero aún más grande, aunque no descomunal, estaba vestido con una armadura al parecer muy pesada y portaba en su mano izquierda una enorme lanza en la cual llevaba empalada en su punta la cabeza de un hombre, al parecer un humano. La victoria era total, no quedaba rastro del enemigo. La felicidad de los victoriosos reinaba en aquella escena, hasta que comenzó.

De pronto el rostro del general se vio envuelto en una sombra en la que nunca había visto a nadie atormentado, un sentimiento de frenesí que desencadeno en él un miedo mas bien encaminado al terror.

Sus ojos paralizados no podían enfocar nada a su alrededor, algo… solo algo en el ambiente, un recuerdo, una sombra, una paradoja intangible entre lo real y lo ficticio, esa sombra se apodero de él con una fuerza sobrenatural, nada fue normal en aquel presentimiento, nada fue normal en sus acciones, nada podía ya salvarlo siquiera de si mismo.

La presencia de aquel ser, ese que ha de venir aunque ya no exista, aquel del que las leyendas cuentan que nunca ha muerto, aquel ser, si todavía se le puede considerar un ser real y no una espantosa aparición surgida de la imaginación de un loco, ese ser quiso revelarle que estaba allí, que no había algo que pudiera hacer para evitar lo que seguía, aquel ser sádico y lleno de rabia, aquella aberración, quiso que el general sufriera antes que el resto. El aterrado hombre giró la cabeza hacia atrás muy lentamente siguiendo con los ojos aquel punto en el aire que tenia tan maniacamente enfocado, un punto imposible que por alguna macabra razón nadie más pudo enfocar.

Justo en ese maldito lugar, algo como un ojo se abrió en el aire, algo que mas bien aludía a un enorme e inimaginablemente profundo vacío, era un ojo grande que resplandecía con un aura de luz de un color incomprensible, mas parecido al verde que a otra cosa. Antes de volverme loco pude ver en esa maldita silueta dibujada en el aire, las formas mas grotescas y ordenadas del cosmos, el caos era el centro y función de ese abismo plagado de proporción divina, aquella monstruosidad pudo haber contenido todo el universo y aún le sobraría espacio.

Fue entonces cuando la perversa entidad comenzó a cobrar forma.

Apéndices como sombras se desprendían del contorno azabache de aquella maligna figura, esas sombras con apariencia física que se contorsionaban como serpientes hambrientas y furiosas, bajaron al piso devorando el aire y la tierra a su alrededor, embebiéndose como sanguijuelas en los cadáveres en el piso, drenando cualquier sustancia material o espiritual a su paso, formando con ellas la silueta de algo que podía imaginarse humano.

En ese momento el general salió de aquel atormentador trance como si algo lo liberara misteriosamente, y sin perder ni un segundo atacó aquella silueta con tal furia que pudiese haber destruido una montaña entera, desató el poder de los infiernos sobre aquel punto maldito en el espacio y con todas las fuerzas que tenía carbonizó todo a su alrededor poniendo su alma entera en aquel devastador y frustrantemente inservible ataque…

Él mismo sabía que nada de lo que hiciera podía detener lo que tenía enfrente, pero algo en su atormentada alma lo obligaba a hacerlo… Sin decir una palabra paró el ataque, más por el agotamiento de energía que por el deseo de hacerlo, echando una mirada en aquel punto con toda la esperanza que el entendimiento pudo permitirle. Aquel demoledor golpe borró de la existencia a los cinco hombres que tenía enfrente dejando de ellos solo cenizas y fuego, pero pareció no importarle, no le interesó en lo absoluto que entre aquellas infortunadas almas estuviera su mejor hombre, no le importó tampoco que estuviera allí tambien su propio hijo, nada lo conmovió, ni los alaridos de los que perdieron algún miembro a causa de aquel rayo de furia lunática, ni los irascibles y aterradores reclamos acerca de su cordura por parte de los hombres aún con vida. Solo la esperanza de haber destruido con su catastrófica embestida aquella sombra maldita lo mantenía en pie. Pero la realidad, insensible y despiadada como es por naturaleza, le mostró lo que incluso desde antes de atacar ya sabía muy dentro de su ser.

La silueta seguía en pie, con ese descarado e inhumano ademán en la mirada de aquel espantoso ojo. Las sombras dañadas, más por inercia que por algo real y surgido de cualquier causa, se remolineaban con cínicas y grotescas danzas, alardeando su perpetua existencia. Si aquella monstruosa aparición hubiese sido real seguiría las leyes de la realidad que dictaban que muriera, que pereciera en el fuego como toda la materia real. Pero Él no sigue las leyes naturales, ni siquiera la realidad es suficiente para detenerlo. La sombra se regeneró como si nada hubiese pasado y continuó con lo que hacia ignorando la conmoción y el miedo que sobrevino sobre todos los presentes.

Continuaba devorando todo a su paso, continuaba alimentándose de materia para formar lo que sea que quisiera formar. Crecía y se fortalecía en apariencia, constituyendo algo que sin dudarlo tenía fines de apariencia humana, aunque sin posibilidad real de llegar a ser un humano nunca. Porque un humano nunca llegaría a ser aquella monstruosidad, ni en el mas retorcido y trastornado mundo sacado de la imaginación. De pronto, aquellas serpientes negras, viendo que se agotaba su alimento, se lanzaron como látigos buscando la mínima señal de materia viva. Arrastraron cada una a un hombre herido o sano, y sin que nadie pudiera reaccionar ante tal horror se incrustaron nuevamente en la carne, drenando sin piedad los fluidos de los infortunados hombres que ahora no eran más que el alimento de un monstruo. Los drenó hasta que no quedó rastro de ellos y solo cuando se sació, logré distinguir una figura conocida proveniente de aquella masa de cadáveres disueltos y por increíble que parezca, ya putrefactos.

Un hombre, más bien, un muchacho, no muy alto, delgado pero fuerte, con una vestimenta negra como las serpientes, que no daba la menor señal de estar hecha de ninguna tela. Joven en apariencia pero con unos ademanes que solo un anciano pudo haber tenido, su cabello como flamas negras en una hoguera se remolineaban con el viento, su piel llena de cicatrices anchas y grotescas se movían como un nido de gusanos, sus manos finas, con garras semejantes al metal de una filosa espada, y su rostro, un lienzo que plasmaba la composición perfecta del caos, belleza y desproporción fundidas en una.

Un segundo ojo se revelaba aún mas pequeño que el otro, mucho mas humano, negro como el abismo del mas profundo infierno pero insignificante ante el ojo izquierdo, que sin inmutarse seguía colocado en el mismo sitio en el que se abrió, esperando a que su regenerado y obsceno cuerpo terminara de configurarse en la mas espantosa visión que jamás un hombre pudiera imaginar. Cuando hubo terminado, movió la cabeza hacia atrás sonriendo con una mueca sádica hacia los atónitos y desafortunados espectadores, revelando una fila de dientes picudos como caninos, blancos como la luna y amorfamente perfectos.

-Shr.. shra..-

Eso fue todo lo qué logré entender de las palabras que salieron de la boca del general antes de que perdiera el habla en una explosión de músculos en su garganta, solo aquella combinación maldita de letras y sonidos que tuvo el valor de intentar usar para referirse a eso que se alzaba altivo e imponente sobre nosotros pudo haber tenido semejantes efectos al pronunciarse. La sangre emanaba como lagrimas de los bordes de su boca y sus facciones se retorcían en un torbellino de locura.

Entonces, aquella criatura infernal, sin perder un segundo mas, pero disfrutando sádicamente cada instante de nuestra agonía lanzo se como un tigre sobre nosotros, y al igual que el relámpago que atraviesa los cielos, destrozó los cuerpos de 17 hombres sin que pudiera pasar siquiera un solo latido de mi corazón, los partió en mil pedazos cercenándolos en ángulos inimaginables que solo aquellas extremidades como flamas brunas pudieron haber realizado con aquella espeluznante precisión.

Para mi pobre vista física solo pasó de frente, dejando una estela de muerte y caos a su paso, cuerpos mutilados en pedazos que permanecían vivos a pesar de estar desmembrados. Justo después de aquella matanza sin sentido se abalanzo como una araña hacia el general, tomando con sus putrefactas manos la cara de éste y entrelazándose en él como una loca amante, concentrando su maniaca mirada en la suya haciendo un gesto perturbador al enfocar mas y mas su ojo con los de él, murmurando para sus adentros la sinfonía de la demencia, hasta que inexplicablemente desapareció.

El general, petrificado, parecía seguir observando aquel ojo a pesar de que ya no estaba en donde miraba; solo pasaron tres segundos, pero para todos los presentes hubiese sido lo mismo que pasaran tres mil años, cuando aquella inquietante espera finalizo, algo que llenó aún mas de terror las almas de los espectadores aconteció. Una explosión, no por el resultado de energía liberada, sino por la desesperación de incontables vidas frustradas en el interior del cuerpo del general.

Los ojos de aquel pobre hombre salieron de sus orbitas, explotando en fragmentos insanos que seguían estallando conforme se dividían, sus dedos siguieron el mismo destino, al igual que sus piernas y uno de sus brazos. Entonces, una mano salió desde dentro de su cráneo quebrando el hueso sin ninguna dificultad, excavando entre las entrañas como un topo lo hace a través de la tierra. Seguida de ésta, otra mano salió por fin, ambas se aferraron al cráneo abriéndolo en dos partes, destrozándolo para dejar salir todo un cuerpo desde las profundidades del general.

Salió con un rugido como el trueno, un grito de furia, terror y frustración nunca antes pronunciado ni escuchado por nada conocido, dejando totalmente locos a los espectadores de aquella exégesis pura del horror. Se contorsiono con ira, gritando y maldiciendo, matando con la voluntad, con el simple hecho de desearlo, mató todo y a todos con un grito, con el eco de la muerte, con una voz gruesa y poderosa. No conservaba siquiera el placer sádico de hace unos instantes, era como si tratara de liberarse de una desgracia tan grande que ya no podía contenerla en si mismo. Hasta que de repente, desapareció. Sucumbió como el fuego que se extingue en una antorcha al entrar en el agua, solo se fue, nada quedo de el, solo el eco de su voz como el trueno, solo el recuerdo en mi trastornada mente, solo muerte caos y destrucción…

¿Que cómo se esto? La verdad no lo se…

Solo se que fue real porque nadie, ni siquiera el mas atrofiado y demente cerebro pudo haber concebido semejante visión.

Se que volverá a ocurrir.

Se que no seré el único loco que caerá en la peor enfermedad mental argumentando que soñó con el caos.

Se repetirá, se que se repetirá.

Y lo se, porque por otra sobrenatural razón que también desconozco, alguna fuerza en el cosmos está interfiriendo para que pueda dejar plasmado en este diario todo lo que vi en aquel sueño de terror, esa fuerza me ha devuelto momentáneamente la cordura y tambien ha hecho que las cosas confabulen para dejarme solo en esta habitación mientras escribo. Se que cuando deje de escribir regresare a ser ese chiflado que se retuerce con alaridos de terror cuando la noche se avecina. Se que cuando me detenga perderé en un abismo mi mente y mi alma. Pero debo parar, esa fuerza que me dejo recuperar la cordura para escribir esto tambien comienza a exigirme que pare y que continúe loco. 

No se con que motivo quiere que deje plasmado en papel y tinta esa anécdota de terror. Tal vez para advertir a otros sobre aquel horror. Tal vez solo para dejar algún vestigio de ese macabro acontecimiento. O simplemente para divertirse con mi sufrimiento.

Lo único que se a ciencia cierta es que ya no existiré más y que me perderé en el abismo para siempre, espero de corazón que ese ser de pesadilla nunca llegue a su mundo, porque de lo contrario nada ni nadie los podrá salvar…

Wilson M. Folks

Exeter, Inglaterra, 8 de Noviembre de 1973